La reciente
cuestión siria ha puesto, una vez más, en entredicho la viabilidad y la
conveniencia de una organización como Naciones Unidas. Si anteriormente la ONU podía
valerse de una cierta autoridad moral para imponer sus resoluciones y
recomendaciones, en la actualidad, cualquier decisión de la ONU se convierte de
inmediato en papel mojado y nobles palabras al viento. En Siria, los
observadores de la ONU son simplemente eso, observadores. Y tanto las
autoridades del actual Gobierno sirio como las fuerzas rebeldes no dudan en
continuar la escalada de violencia con la ONU como espectador de primera fila.
Siria es el nuevo escenario donde las viejas tensiones entre las potencias han
salido a la luz y han demostrado la división existente dentro del Consejo de
Seguridad, único órgano de sistema de las Naciones Unidas que dispone de cierto
poder efectivo, y el fracaso de un sistema de regulación de la seguridad y la
paz internacionales totalmente obsoleto y fracasado.